Carta del hijo de "un donante"
Después de haberme puesto en contacto con él directamente pues de repente ya no podía entrar en el vínculo de acceso a este maravilloso artículo; y después también de tener su permiso explícito para la entrada de este blog, os dejo la Carta de Miquel Roura revisada, fueron muchas personas las que quisieron saber más y preguntaron, así que ahí va su última versión. Artículo publicado en el Boletín de ECOS (Escuela de Constelaciones Sistémicas de Peter Bourquin y Carmen Cortés) en Enero 2019, Gracias!!!
He estado varios minutos delante de la pantalla del ordenador releyendo tu respuesta, invitándome a publicar mi testimonio como hijo de un donante anónimo de esperma, sin saber qué responder. No había previsto el ofrecimiento.
Ésta mañana de manera un poco impulsiva he comentado un post sobre Demian Adams del 2013 en tu portal. Se trata de las reflexiones de otro nacido por inseminación artificial en Australia, también con el esperma de un donante. He dado con el artículo después de buscar por la red cualquier novedad sobre el tema u otros nacidos como yo en España o quién sabe si hasta algún hermano.
Pero solo doy con webs extranjeras en inglés o como mucho alguna traducción, como ha sido el caso. Como sé lo difícil que es conocer testimonios de primera mano en España, finalmente, me he decidido a dar el mío y te agradezco la oportunidad de expresar la historia de mi concepción, como me siento y como la vivo, o quizás para contactar, inclusive, con algún otro/a nacido/a como yo...
Es ya media noche. Mi hijo menor, de 19 meses reposa su cabecita en mi abdomen mientras escribo. Le miro y pienso que en él está también la genética de mi padre donante y que estar junto él es estar lo más cerca que he estado nunca de mi padre donante. Me pregunto qué rasgos serán suyos mientras observo su rostro plácidamente dormido. Para muchos, ejercer de padre y estar presente en la vida y el desarrollo de sus hijos será lo más natural y corriente del mundo, pero para mí el poder vivenciar día a día el vínculo paterno-filial es algo aún nuevo que me emociona e incluso me sana.
Nací en 1982, 4 años después de la primera inseminación artificial en España y 6 años antes de la regulación que supuso la ley de 1988 sobre reproducción asistida que limitaba a 12 el número de donaciones por donante, a la vez que protegía con el anonimato al mismo. Por lo tanto es muy probable que tenga muchos más hermanos y hermanas repartidos por el mundo que los que fueron concebidos por inseminación de donante después del 1988.
Considero que tengo 3 padres y que gracias a los tres soy quien soy. Uno me dio la vida a través de una donación, el otro me dio el nombre –su mismo nombre de hecho- y el tercero, es y sigue siendo mi padre en funciones, que ha ejercido y ejerce con amor y esmero las funciones de padre desde que tengo tres años. Ahora ejerce también de abuelo con la misma entrega y dedicación.
El padre que me dio el nombre murió de una enfermedad neuro-degenerativa, - una ataxia espinocerebelosa de tipo 1, ATC1- después de años de padecer una pérdida paulatina de sus funciones motoras; andar, hablar, escribir, masticar... Corrió, pues, la misma suerte su padre y sus dos hermanos antes que él; o sea que es hereditaria. Cuando murió yo tenía nueve años y mi relación con él no había sido del día a día puesto que se separaron con mi madre a mis dos años. Yo vivía con mi madre y su pareja - mi papá en funciones-. Iba a visitarlo algunos fines de semana o durante la vacaciones. Le recuerdo siempre enfermo con su movilidad reducida, mirando la tele, distante e incluso a veces de mal humor y hasta un punto como molesto conmigo. Su situación no sería nada fácil y creo que merecería un capítulo aparte el efecto que tiene en una pareja que ella se vincule con otro hombre a pesar de que no haya relación, llevando su sangre, su ADN y su hijo dentro. A nivel inconsciente hay por fuerza algún tipo de distanciamiento hacia la pareja cuando ella se vincula biológicamente a otro hombre con toda su carga genética -y sistémica-. A pesar de todo, cuando él murió a sus 39 años, yo no sabía nada acerca de mi concepción, le creía y sentía mi padre y sufrí su pérdida como tal.
Me enteré de cómo había sido concebido a los 15 años. Fue en el coche de vuelta de visitar a quien yo creía mi abuela paterna, después de ir atando cabos sobre la enfermedad presente en la familia “paterna”.
Ese día en un punto inconcreto de la carretera hice la pregunta por la que mi madre se debería haber estado preparando -o temiendo- durante años; ¿Si todos en la familia de mi “padre” tienen la enfermedad, la tendré yo también?- Le pregunté a mi madre.
Tal como iban saliendo esas palabras de mi boca se me iba parando el tiempo y mi corazón pareció dejar de latir con el silencio que les siguió. Me sentía como precipitándome por un pozo oscuro que no acababa nunca y con el aliento frío de la muerte pegado a mí por acompañante. Mi madre me respondía que no había posibilidad de que yo tuviera esa enfermedad. Pero esa respuesta vaga no hacía más que acelerar mi sensación de caída, mi sangre seguía helada y le seguía preguntando por qué no, que cómo podía saber que era imposible. Y al fin me lo dijo; “Eres hijo de un donante”. Me relajé al acto, volví a sentir mi corazón latir. Lo primero que recuerdo es haber sentido una profunda compasión, agradecimiento y reconocimiento por el desinteresado acto de amor que hizo mi padre enfermo, el que me dio su nombre - eso creí yo en ese momento, con el tiempo he entendido que su objetivo no era tanto la paternidad en sí misma sino la relación con mi madre y su deseo de ser madre-. Sentí a su vez y con la misma intensidad una sombra eclipsando todo. La persona más importante en mi vida, con la que no había secretos y hablábamos de todo, en cierta manera me había “engañado”.
Para mi ella lo era todo y la relación entre nosotros era muy fluida y comunicativa, fue un impacto para mí saber que hubo un “secreto” de ese peso. A pesar de todo yo creí haberlo aceptado y comprendido, me sentía agradecido porque podría vivir y estar sano. Me dije a mi mismo que yo había sido fruto de un gran acto de amor y quizás, aún por una fidelidad infantil no quería cuestionarme nada más. Pero con la distancia, veo muy claramente que una bomba así en plena adolescencia hizo que mi mundo, hasta aquel entonces estable -con el deporte, mis actividades de ocio, estudios y familia- se viniera abajo. La adolescencia es de por sí una “destrucción” de la identidad infantil, una confrontación con el clan familiar para construir una nueva identidad adulta buscando referentes fuera de él. Es una crisis de identidad necesaria, que en mi caso se vio agravada. Sin saber muy bien por qué me reboté con los estudios, me vinculé a ciertas tribus urbanas y me fui a una casa ocupada, dejé el deporte, empecé a fumar mucho, a beber e incluso a drogarme. Recuerdo sentirme muy rebelde, muy enfadado con todo hasta el punto no importarme mi vida y desafiar a la muerte.
El posterior período de 10 años, de mis 16 a los 26 aproximadamente, a pesar de estudiar, trabajar y tener relaciones con normalidad, estuvo marcado por grandes altibajos e inestabilidad emocional, a veces debido al consumo y la nocturnidad. Gracias a una buena relación con mi madre y mi padre en funciones, mis abuelos maternos, e incluso por mis relaciones en el trabajo conté siempre con una estabilidad “externa”, un modelo y apoyo a los que recurrir en mis momentos bajos. Desde los 18 años, me interesé mucho por las terapias alternativas, quizás fuera una manera inconsciente de buscar soluciones y compensar mis bajadas y mis malos hábitos. También de una manera u otra, era una forma de buscar algo intangible, oculto, mágico que me llenara un vacío que se lo tragaba todo. Jamás durante esa época pensé que el vacío que yo sentía pudiera estar relacionado con mi concepción. Tal era mi ceguera. A veces me venía a la mente con tristeza, pero no pensaba en hermanos o un padre al que no conocía. No había claridad ni orden en mi mente ni en mis emociones. Por consiguiente tampoco mucho en mis acciones.
Un día leí acerca de las constelaciones familiares. Me acerqué a ese mundo y acabé haciendo una formación decuatro años para ser facilitador. Durante el proceso pude ordenar muchísimos aspectos de mi vida. Comprender mejor mi historia y la relación con mi madre. Creo que ella superó muchos de sus miedos a que yo quisiera encontrar a mi padre o me sintiera mal con ella o conmigo mismo. La verdad es que mi adolescencia fue muy dura, todos la sufrimos. Dar una noticia de éste tipo a las puertas de una etapa ya complicada de por sí y caracterizada por una crisis de identidad solo agrava el proceso, creo que hay opciones más saludables.
A mis 26 años y en plena formación de constelaciones empecé a encontrar mucha más estabilidad. Justo acababa mis estudios y trabajaba de lo mío. Cambié también mis noches de farra por una formación en técnicas de circo y cumplí un sueño que era el ya clásico “ir a vivir al campo con huerto y gallinas”. Eso me dio mucha más estabilidad y madurez.
Pero la vida me tenía reservado otro meneo porque el proceso con mi concepción aún no estaba zanjado –de hecho no creo que nunca lo esté del todo-. Tuve unos breves encuentros sexuales, sin mucha más implicación –lo más parecido a un donante- con una chica 6 años más joven que se quedó embarazada y no estaba dispuesta a abortar bajo ningún concepto. Ella comprendía que yo no quisiera hacer de padre ni me lo iba exigir ni me pediría pensión de ningún tipo, ni me privaría ver a mi hija o hacer de padre si quería. ¡Me ofrecían ser un donante! No podía aceptarlo de ninguna manera, no quería ser un donante más, ni un padre ausente o a medias. Todo mi dolor por mi concepción se me removió. Tuvimos muchas luchas verbales, tantas que nos acostumbramos a la presencia del otro y decidimos tirar hacia delante juntos cuando nuestra hija ya había nacido. El momento de su nacimiento ha sido lo más bonito que me he ha ocurrido en mi vida, lejos de ser un tópico, ser padre significa mucho para mí. Tenerla entre mis brazos ha sido de las pocas cosas que han logrado que mi corazón -que a menudo aún siente el frio de la nevera donde guardan el esperma, o de la jeringa y la sala donde sin contacto ni amor me concibieron- vibrara de verdad.
No me fue nada fácil darme el permiso de estar presente y no hacer como un donante durante el embarazo y no se lo puse nada fácil a la mujer que la trajo al mundo tampoco. Le agradezco infinitamente que hubiera seguido su instinto. Hoy tenemos otro hijo. Un niño que me recuerda físicamente a mí de pequeño y no puedo evitar verme en él. Al verle, tocarle, mirarle y cuidarlo, siento un agradecimiento enorme porque es como si me ocurriera a mí con mi padre biológico. Es un sentimiento muy intenso.
En gran parte siento enfado por el hecho de que una ley me prohíba a mí a mis hijos conocer sobre mi familia paterna. No deseo nada de esa persona, ni abrazos, ni aprobación, nada. Pero tengo derecho a saber quién fue, qué hizo, qué cara tiene. Veo muy injusta la prohibición de hacerlo por ley y muy ciega ante los principales afectados, nosotros, a quien nadie se ha dignado a preguntar.
Hay estudios, como el libro “My daddy’s donnor” - tristemente sin traducción al castellano- en el que dan su testimonio muchos adultos en EUA nacidos por inseminación artificial. Las estadísticas sobre éste grupo corroboran lo que yo mismo siento; confusión sobre mi pasado y mi estructura familiar, mayor probabilidad que los adoptados para caer en depresión, drogadicción, delincuencia o problemas con las autoridades. Reitero que es una pena que no esté traducido. De ese libro me impactaron mucho algunas preguntas que se me repiten también y que con mucha vergüenza creía solo mías. ¿Pagaron por mí? ¿Me escogieron como si fuera una barra de pan? ¿Consumió pornografía mi padre biológico? ¿Estuve congelado? O pensar que si te enamoras de alguien puede ser tu hermana entre otras. En mi opinión eso condiciona en gran parte nuestra relación de amor-rechazo con el dinero, el sexo, el amor propio e incluso nuestra propia paternidad.
A mí personalmente concebir de manera asistida no me parece la mejor opción y menos aún si es protegiendo al donante con el anonimato. La información sobre nuestro sistema nos pertenece por derecho y nadie nos la debería negar. Me duele ver la industria que hay alrededor del deseo de ser madre por el negocio que significa.
Creo que a veces hay que aceptar la realidad y la naturaleza de las cosas. Creo que cada vez hay más hombres estériles y no invertimos en estudiar las causas y cambiar hábitos poco saludables; ponemos parches y lo forzamos en un laboratorio. Si no hay compatibilidad genética la forzamos. Quizás la naturaleza está evitando enfermedades y la burlamos. Hay muchas parejas que no pueden tener hijos que después de adoptar se quedan embarazadas. Y no veo estudios al respecto. O sea de cómo afectan las emociones en nuestra fertilidad. En Alemania se subvencionan constelaciones familiares a las parejas que buscan hijos y no consiguen quedarse antes de recurrir a la reproducción asistida. Yo mismo conozco casos de embarazos en parejas que no lo conseguían hasta después de realizar una constelación. Pero parece que cierta parte de la medicina o la ciencia no están al servicio de comprender mejor nuestra naturaleza sino del negocio, la industria y el mercado. Da igual, no importa traer al mundo hijos con la salud más delicada, con problemas mentales o emocionales o privarlos de la mitad de su propia vida. La cuestión, parece ser, que en el deseo de la maternidad hay un jugoso nicho de mercado. Me resulta muy doloroso.
Para mí, para nosotros, es muy duro levantar la voz y cuestionar estos sistemas de reproducción ARTIFICIALES porque al hacerlo cuestionamos a nuestras madres, a nuestra propia vida y eso es doloroso, es una pesada losa de contradicción… ¿Cómo voy a poder quererme y estar bien conmigo mismo si no me acepto, sino agradezco lo más preciado que tengo, mi vida? Nuestra herencia es ésta contradicción y no es fácil lidiar con ella cada día. En mi opinión nadie lo merece como precio por la vida, pero como todo el mundo nos toca aceptarla y agradecerla tal y como se nos ha dado sin que esto suponga dejar de decir lo que pensamos y sentimos desde el respeto y la comprensión.
Yo confieso que aún me siento en éste aprendizaje de aceptar las condiciones de mi nacimiento y abrazar y agradecer mi vida junto a mi familia. Tratando de comprender con amor y respeto pero sin dejar de tener muy clara mi opinión al respecto, por incompatible que pueda parecer. Para muchos será difícil de comprender, pero como ya dije anteriormente tan solo entre nosotros podemos comprendernos realmente, al menos por lo que he podido ir leyendo de otros testimonios de otros países. Espero que el mío, les pueda ser útil a otr@s que desean conocer nuestra opinión. Y también me gustaría que sirva para poder contactar con más adultos nacidos como yo en España, para poder apoyarnos unos a otros. Justamente ayer, poco antes de empezar a escribir-te, leí el testimonio de otro chico nacido por inseminación unos 10 años menor que yo y también metido en el mundo de la terapia sistémica. La psicóloga que gestiona el portal de internet en cuestión ha respondido ésta mañana -mientras finalizo éste escrito- a mi petición y me ha facilitado su contacto. ¡Estoy muy emocionado! Cuando he imaginado que podría ir a su encuentro y darle un abrazo se me han saltado las lágrimas.No había sido consciente de lo solo que me he sentido con esto hasta éste momento. Somos un colectivo creciente y en su mayoría aún muy joven, pero a tener muy en cuenta desde ya, con mucho que deciry que necesitaran de respuesta a y profesionales abiertos y preparados para acompañarnos.
Gracias de nuevo por tu labor informativa y por darme –darnos- voz.
¡Un abrazo!